El centro de desnutrición de Boda está en el centro de la ciudad. Grandes tiendas de campaña de lona conforman unas instalaciones que nacieron como provisionales, pero que llevan camino de convertirse en indefinidas, junto a los barracones del viejo hospital. Hoy hay unos cincuenta niños tratados por desnutrición. Cada tienda cobija a 10 niños en colchonetas de plástico con mosquiteras que cuelgan del techo.
Solange no sabe cuántos años tiene. No más de 10. Tiene en brazos un bebé de ocho meses, su hermano, que lleva 33 días ingresado. Su madre murió hace tres meses, no sabe de qué, y ella, que es la hija mayor, se ha tenido que hacer cargo de su hermanito, mientras su padre permanece en el poblado, a cuatro horas de Boda, trabajando el campo y cuidando a los otros tres hermanos.
Ella lo lleva con naturalidad. Hace lo que ve hacer a las otras madres. Lava al bebé, lo mece, lo lleva a la consulta del médico y le da las medicinas. Lo que no puede es calmarlo, como las otras madres, dándole el pecho. Pero le da el biberón, que viene a ser lo mismo.
Hoy Solange está contenta. Acaban de pesar a su hermanito y la báscula ha marcado 4,3 kilos. Cuando llegue a 4,5 podrá volver a casa. Llegó con un peso de 3,8 kilos y durante tres semanas no ganó prácticamente nada. Pero ahora lleva 10 días ganando peso y, aunque sus brazos sigan siendo esqueléticos, su metabolismo está respondiendo a la leche terapéutica.
“Se salvará”, dice Baidoje Roskand, 33 años, médico responsable del centro. “Aunque llegó con un grado de desnutrición, lo trajeron a tiempo, y aunque le ha costado recuperarse, ya ha pasado el peligro. Pronto le daremos el alta”.
El doctor Roskand es de Bangui y dirige el centro de desnutrición desde que se abrió en agosto de 2009. Explica que la situación ha mejorado, pero que no hay que bajar la guardia. “La desnutrición ha llegado de repente, a medida que la población no tenía dinero y se ha limitado a comer mandioca”, dice. “Además, muchos casos surgen después de una malaria, que les deja sin fuerzas. Lo que no sabemos es cuántos niños mueren en el campo”.
También está en el límite un minúsculo bebé de apenas tres meses en brazos de su joven madre, Zenabo, que con 19 años parece asustada. El niño no ganaba peso. Ella está también desnutrida y se aferra a su primer hijo, mientras su marido, vendedor ambulante, se ha quedado en el poblado. Los trajeron a Boda hace 10 días. Y el bebé ha ganado un poco de peso, pero no suficiente.
Por lo menos, tiene a su madre a su lado. El doctor Roskand cuenta que hace una semana llegó al centro una mujer con un bebé de pocos meses en un estado realmente crítico. “Os lo dejo, porque tengo que ir a cuidar a mis otros tres hijos”, dijo la madre. “Pero se va a morir”, le dijeron. “Qué le voy a hacer”, contestó la madre, “tengo que salvar a los más fuertes”. El bebé murió.
La desnutrición afecta a 55 millones de niños menores de cinco años en todo el mundo. Una enfermedad que acaba con la vida de nueve niños cada minuto.
EN MEDIO DE NINGUNA PARTE
“La fuerza divina y la brujería están muy unidos en África. Likundu es la palabra que utilizan para explicar las cosas que suceden. Las enfermedades, incluso la muerte, se explican muchas veces por un maleficio de brujería que le ha enviado algún enemigo. Es una creencia generalizada que explica lo inexplicable”. Quien así habla es el padre Adelino, un misionero comboniano de origen italiano que lleva 35 de sus 67 años en la RCA.A su juicio, la magia negra impide progresar a este país y a muchos de África. “El likundu está presente en todos los ámbitos de la sociedad”, añade Adelino, “de forma que ninguna enfermedad se considera que ha partido de causas naturales, sino de algún maleficio. Aunque el likundu está prohibido por la ley, todo el mundo acude a los brujos en busca de soluciones, aunque luego sean linchados por la turba cuando conviene. Es una tierra de enormes contrastes”.
La iglesia de los misioneros combonianos se alza erguida a las afueras de Boda. Estos sacerdotes italianos llegaron a la RCA en los años setenta para quedarse. En la misión de Boda hay dos sacerdotes italianos, Adelino y Aurelio, 59 años, que conocen bien el país. “La RCA lleva años yendo para atrás”, explican los dos quitándose la palabra. “Hay una regresión en todos los ámbitos de la sociedad. El pueblo no ve ningún futuro y nadie es capaz de proyectar un sueño para el país y sus ciudadanos. Se conforman porque ahora viven en una paz relativa, aunque la violencia sigue presente en todo el país”.
“Además, la corrupción ha llegado a todos los niveles. Aquí, en el sur, la población vivía antes de la agricultura y subsistían de forma modesta, pero sin hambre. Cuando llegó la fiebre de los diamantes, dejaron el campo y se pusieron a buscar piedras preciosas. Era un dinero fácil. Piensan que el diamante es una creación del diablo y el dinero que obtienen lo gastan rápidamente. Cuando ha llegado la crisis, esta ciudad se ha vuelto pobre”.
El intenso olor a la mandioca puesta al sol para secarse inunda las inmediaciones del mercado de Boda. Cuando se llega a los puestos del mercado, ese olor se mezcla con el del pescado o la carne llenos de moscas. Las mujeres aguardan sentadas en sus puestos, charlando, con niños en brazos, a que alguien se acerque a comprar o a cambiar productos para subsistir.
De vuelta a la calle principal, aparece un enorme edificio con un cartel envejecido: “Estación eléctrica de Boda. Inaugurada el 30 de marzo de 1996 a las 11 horas”. Una estación de gasóleo que, por supuesto, no está en funcionamiento por falta de combustible. Como el propio país. Allí no funciona casi nada y tampoco se espera que lo haga.
La vida transcurre cansinamente, sin objetivos ni esperanza. Hay que pasar el día, la semana, el mes o el año... la temporada seca y la de lluvias, esperando sobrevivir a la violencia o las enfermedades. “La única esperanza de futuro son los niños, que siguen mostrando su alegría y sus ganas de vivir”, dice el padre Aurelio. “Cada familia tiene cinco o más hijos, y en algún momento ese nuevo ejército cambiará el país”.
Un niño con malnutrición severa.
Hace un año se detectaron múltiples casos de desnutrición aguda infantil.
Tras la apertura hace un año de varios centros, la situación ha mejorado algo, aunque los médicos advierten de que no se puede bajar la guardia.
"La desnutrición ha llegado de repente, a medida que la población no tenía dinero y se ha limitado a comer mandioca", comenta un sanitario.
La desnutrición acaba con la vida de nueve niños cada minuto.
Los agujeros negros del planeta en ELPAÍS.com
con un poquito de todos se haria un mucho pero el egoismo lo mueve todo es la ruleta qu eno para de rodar algo tiene que cambiar besitos gaviota
ResponderEliminarDebemos cambiarnos a nosotros mismos querida amiga, sólo desde nuestro cambio profundo lograremos que los demás crean en que es posible cambiar y mejoraremos nuestro entorno y el mundo.
ResponderEliminardos abrazos