(RCA = República Centroafricana)
El equipo de MSF ha aprendido en estos cuatro años que no se puede esperar a que lleguen los enfermos al hospital. Hay que ir a buscarlos. Además de la malaria, esa zona de la RCA está infectada de tripanosomiasis. La tristemente célebre enfermedad del sueño, que transmite la mosca tse-tse. Frente al mosquito anofeles, que pica al anochecer, esta mosca ataca a plena luz del día, junto a los ríos. Y aquí hay muchos ríos.
Por eso, desde hace unos meses, el equipo del hospital organiza acciones de análisis ambulante por los poblados de la zona. Lo llaman “depistache” y buscan enfermos de malaria y tripanosomiasis.
El convoy sale a las siete de la mañana desde Batangafo rumbo al norte. Tres todoterrenos cargados de enfermeros y material médico. La llamada carretera es un camino de laterita, esa tierra de color naranja que hace surcos por toda África, llena de baches, charcos y algunos puentes de tablones para cruzar los riachuelos. Cada cinco o seis kilómetros se atraviesa un poblado con 10, 20 o 30 chozas de adobe con tejado de paja, desde donde grupos de niños saludan con las manos y a voces mientras persiguen a los vehículos hasta que no pueden más. El paso del convoy es un acontecimiento.
Los poblados son todos similares y todos ellos están repletos de niños y niñas medio desnudos, sentados en la tierra junto a perros, cerdos, cabras o gallinas. El suelo está lleno de desechos de mango, que olisquean los cerdos. Son los últimos de la temporada y cada vez cuesta más llegar al fruto de los gigantescos árboles de mango.
Tras dos horas de tortuoso viaje, el convoy llega al poblado de Kamaso Bolo, el más grande del camino, con unas 50 chozas y 350 habitantes. Hombres, mujeres y, sobre todo, muchos niños observan curiosos cómo se descargan los vehículos y se van montando dos grupos de consultas improvisadas en el poblado. Los días anteriores, los agentes de salud de MSF habían visitado el poblado y convencido al jefe de que era necesario analizar la sangre de sus 350 habitantes para comprobar si estaban enfermos.
El enfermero jefe del convoy se mueve en bicicleta y pide con un viejo megáfono que se pongan en fila frente a las dos mesas de tijera instaladas en el centro del poblado.
Primero hay que registrar, uno a uno, a los 350 habitantes. Luego, un pequeño pinchazo en la yema del dedo para extraer una gota de sangre y ponerla en una centrifugadora, de 10 en 10 muestras, durante cinco minutos. Si se forma una arenilla en la muestra, es sospechoso y hay que extraer más sangre, esta vez del brazo con una jeringuilla, y mirarla al microscopio.
A las 12.00, todo el poblado ha pasado la primera prueba. De los 350, 65 han dado positivo en la muestra y son conducidos a la iglesia evangelista del poblado. Una construcción de unos 50 metros cuadrados, con paredes de adobe, tejado de palos y paja, un pequeño atril de barro y 20 bancos de troncos. Allí esperan al segundo análisis, y los que dan positivo, al tercero: una punción lumbar para comprobar el grado de la infección.
Sentado en la primera bancada, Kotanginsa, de 42 años, espera con dos de sus hijas, de 13 y 10, que han dado positivo, a que les hagan el segundo análisis. La más pequeña llora desconsolada, con unos lagrimones que mojan toda su cara. Michel se había puesto el primero de la fila, con su mujer y sus 12 hijos. Se temía lo peor, porque estas dos niñas llevaban días sin ganas de comer y habían perdido peso. Ahora está abatido y abraza a sus hijas, aunque confía en que se curarán.
Al final del día ha habido 34 positivos. Un 10% del poblado; una auténtica epidemia. Entre ellos, la hija pequeña de Michel, que será trasladada al día siguiente al hospital de Batangafo para iniciar el tratamiento. Lo normal es que casi todos se curen. El tratamiento de la Tripanosomiasis Humana Africana (THA), a base de Eflornitina, tiene un alto grado de éxito. El problema no lo tienen ellos, sino los cientos o miles de afectados por la enfermedad del sueño que no son detectados en la zona y que serán tratados por la medicina tradicional. Esos están condenados.
Al día siguiente, los 34 pacientes de Kamasso Balo, y un acompañante por cada uno, están en el barracón de THA del hospital de Batangafo. Allí estarán 15 días.
En el barracón de pediatría no se ve a Qussi y a sus tres hijas. “¿Dónde están?”. “No sé, vamos a consultar los informes”. Después de unos minutos que se hacen larguísimos llega la respuesta: “Están bien. Han recibido el alta esta mañana y se han ido a su casa”. “¿Las tienen localizadas?”. “Podemos intentarlo”.
Qussi vive junto al barrio musulmán de Batangafo. Las dos gemelas están desnudas, sentadas en el suelo, vigiladas por uno de sus hermanos. Parece que están mejor, aunque tampoco se mueven mucho y todavía tienen diarrea. La choza no tiene tejado. Se derrumbó mientras estaban en el hospital y unos primos de Qussi están construyendo uno nuevo con troncos y paja. La casa es de 53 metros, dividida por un murete de barro que separa una zona que hace las veces de cocina. En el suelo hay una esterilla y unos manojos de hojas atadas que han recogido del campo y utilizarán en el mercado para cambiarlas por comida.
Las gemelas han sobrevivido a la malaria, pero su futuro no es muy prometedor. Qussi las viste como puede, coge a las dos en brazos y las da el pecho por turnos, mientras explica que da gracias “al buen dios por haberlas salvado”.
La hija pequeña de Kotanginsa llora desconsoladamente tras haber dado positivo en el test de la enfermedad del sueño, de la que ya conoce sus consecuencias.
Kotangisa es el jefe de la aldea de Kamasso Bolo.
La hija mayor de Kotanginsa, durante una prueba ganglionar.
Una punción lumbar realizada en la pequeña iglesia del poblado.
La somnolencia propia de la enfermedad se manifiesta en una mujer.
Este recordatorio constante...!
ResponderEliminarMe haces sentir realmente mal. Y haces bien...
Un beso, me iré a dormir.
Sigo leyendote con verdadero cariño e interés, querida amiga. Estupendo post y estupenda serie de entradas en las cuales haces una constante denuncia contra el egoismo de los poderosos.
ResponderEliminarY comprendo perfectamente el comentario de Jose Alfonso, a quien no tengo el gusto de conocer, pero me identifico plenamente con lo que dice.
Asi es.
Un enorme abrazo, querida amiga.