Arte Contemporáneo
Publicado el 30 07 2009 | Télérama - Presseurop
53ª edición de la Bienal de Venecia, montaje del artista argentino Tomás Saraceno, "Construir Mundos". Foto de JEEdwards.
Considerada como la cita internacional de arte contemporáneo más prestigiosa, la Bienal de Venecia parece interesar poco a los habitantes de la ciudad de los Dogos. Excusa para una exhibición de riqueza e influencia para los países invitados, se ha convertido en un evento más geopolítico que cultural, explica Télérama.
El cielo está azul. Como todas las mañanas de cielo azul, Giovanni compra el periódico y se sienta en uno de los bancos de piedra del muelle de los Schiavoni, aprovechando la sombra de uno de los enormes yates fondeados en la laguna de San Marcos. Siempre repite el mismo ceremonial: enciende un cigarro malo, negruzco y torcido, se lo fuma mientras observa el continuo ir y venir de los turistas y empieza a leer el periódico por la sección de deportes. Su amigo Guido, que también está jubilado, llega siempre un poco después armado con una caña de pescar. Guido está convencido de que la docena de yates que ocupan los amarres disponibles entre el Palacio Ducal y los Giardini, la mayor parte de ellos llegados para asistir a la inauguración de la Bienal de arte contemporáneo, atraen a los peces. Mientras que Giovanni lee, Guido pesca. La Bienal no les interesa y, salvo por la sombra y por los peces que supuestamente atraen, los yates tampoco.
Seguir leyendo ▼ A sus espaldas, una gran banderola que cubre parte de la fachada informa de que, durante la Bienal, el patio del viejo cuartel Cornoldi será el pabellón del Principado de Mónaco. Dos militares uniformados vigilan constantemente la entrada. Un poco más adelante en el muelle, yendo hacia el Palacio Ducal, otra pancarta anuncia que la Iglesia de Santa María Della Pieta alberga el pabellón marroquí. Cada vez más países sin pabellón oficial en los Jardines de Castello (los Giardini, emplazamiento histórico de la Bienal) alquilan iglesias desconsagradas y palacetes repartidos por toda la ciudad. El día antes, en un vaporetto abarrotado de gente que se dirigía hacia la Giudecca, una francesa le preguntaba a otra que si iba a ir a ver a los “Welsh” es decir, a los galeses, cuyo pabellón instalado en una antigua cervecería de la isla se había confiado al ex músico de la Velvet Underground John Cale.
Y así, diseminados por todo el archipiélago, nos podemos encontrar docenas de pabellones provisionales anunciados con enormes cartelones, en los que los turistas no se atreven a entrar y que los venecianos generalmente miran con desaprobación. En la antigua Scuola Grande della Misericordia, situada en el Norte de la isla, en pleno barrio Cannaregio, el artista lituano Zilvinas Kempinas, especializado en reciclar las bandas magnéticas de las cintas de vídeo, ha construido un túnel utilizando este material. No cabe duda de que no sabe que la escuela, construida a mediados del siglo XVI por el arquitecto y escultor romano Sansovino, imita otra famosa escuela veneciana, la de San Rocco, concebida por Bartolomeo Bon y finalizada por Scarpagnino en 1549. Las dos señoras del barrio que salen ahora mismo del edificio sí que conocen su historia, la proeza arquitectónica que representa (la sala de reuniones del primer piso es la segunda más grande de la ciudad después de la del Palacio Ducal) y no parece que les gusten demasiado ni el túnel, ni el papel de aluminio que recubre el muro del fondo (normal, teniendo en cuenta que a pocos metros de allí, en la iglesia de Santa Madonna dell'Orto, podemos admirar El juicio final, de Tintoretto). El arte que una sociedad reivindica y defiende, refleja también la índole de sus ambiciones.
El desarrollo de la Bienal y su expansión a lo largo de toda la ciudad parece ser inversamente proporcional al interés de los venecianos, que soportan durante casi todo el año una cantidad asfixiante de turistas, por la misma. Y ésta no es la única paradoja que existe al respecto: cuanto más se globaliza el mundo más se convierte la Bienal en una suma de nacionalismos. El 30 de abril de 1895, cuando tuvo lugar la primera Bienal, sólo había un pabellón, construido en los Giardini, donde tenía lugar una amplia exposición. Bélgica construyó el primer pabellón extranjero en 1907, Francia finalizó el suyo cinco años más tarde. Actualmente en los Giardini hay treinta pabellones nacionales a los que se suman los treinta y cinco provisionales repartidos por toda la ciudad. En 2011 incluso el Vaticano tendrá el suyo propio, en respuesta quizás a la llegada incontenible de representaciones de los países del Golfo (los Emiratos Árabes Unidos y Abu Dabi, su capital política, tienen sendos pabellones). Y todos se enfrentan en una competición política, más que artística; donde lo principal es la influencia, el poder y la riqueza.
Aquí hemos visto desvanecerse a viejas glorias: Bienal de 1964, se premia al americano Rauschenberg en vez de al francés Bissière, evidente ratificación del fin del imperio colonial francés. Y también hemos visto nacer nuevas estrellas: China, que ocupa un hangar situado al final del Arsenal, junto al pabellón italiano, no tardará mucho en obtener la autorización para construirse un pabellón de verdad en los Giardini. La Bienal de Venecia, a su manera, a través de los pabellones nacionales, es un mapa económico y geopolítico del planeta: hace cuatro años, los organizadores tuvieron la “generosa” idea de conceder un pabellón propio a África, olvidándose de que África no es un país, es un continente que se compone de cincuenta y cuatro Estados. No resulta difícil entender las prioridades de Giovanni, de Guido y de la mayoría de los venecianos: el ámbito en el que Italia continúa demostrando ser una de las primeras potencias mundiales sigue siendo el fútbol.
La atención de los dos amigos se centra claramente en la terrible clasificación del equipo de fútbol local. El SSC Venezia ha estado al borde del descenso. El club ha salvado el pellejo en el último partido de clasificación, gracias al empate obtenido en el campo del Pro Sesto (Sesto San Giovanni, en Lombardía). Pero todo esto pasó después de la inauguración de la Bienal y el mundo del arte había dejado Venecia hacía ya tiempo para acudir a la Feria de Basilea, dejando los Giardini, rara vez visitados por los turistas, devastados por una tormenta de violencia inusual.
Bueno. Aquí debería de ir idéntico mensaje que en el otro blog.
ResponderEliminarVale.
jajajajaja... me encantan tus comentarios, José Alfonso
ResponderEliminar¡tienes horchata por sangre! jajajajajaja
vale.
un beso.