Deseo aclarar que no amoldo mi experiencia de los últimos días al tamaño del artículo, sería imposible resumir aquí ese diálogo que escucho de pasada, esa imagen que me enternece o esa otra que me hace apartar la mirada. En cada escena que presencio percibo sombras de Valle Inclán, porque la gente es tan prodigiosa hablando que a veces parece que declama diálogos aprendidos. Ganas me dan de llevar un cuaderno y apuntar, por ejemplo, las palabras que F., un pequeño empresario que ha acabado viviendo en un albergue municipal, le dedica al pollo del Marañón: un pollo, nos dice con juicio de experto, que supere con creces al del Clínico. Desde esta silla de escay pienso en el Comidista: aquí hay tema. Aunque no me hace falta anotar lo que oigo, esos diálogos quedan a buen recaudo en el recuerdo y algún día tendrán una nueva vida en una ficción teatral, donde mejor se expresa la tragicomedia.
Pero como los personajes de ficción no deben ser marionetas al servicio de un mensaje, me he reservado para este espacio más prosaico algo que he venido pensando estos días. España está siendo contada y descrita en los últimos tiempos con bastante frecuencia en la prensa internacional. A menudo, la descripción del desastre económico que vivimos se limita a las actuaciones de la clase política y deja fuera a los trabajadores que están llevando el pesado trono de la crisis sobre sus hombros. Con frecuencia se percibe también una ironía indisimulada hacia los trabajadores del sur, que si la fiesta, que si la siesta, que si la inevitable haraganería que tienen que pagar los hacendosos del norte. Pero no vendría mal que los corresponsales pasaran alguna jornada en esta mole hospitalaria. El Gregorio Mogollón, como así se le nombra añadiéndole un apellido castizo a un edificio que ya lo es, es bullicioso, superpoblado, de una decrepitud setentera en su mobiliario que lo hace destartalado y poco funcional. Pero entre estos pasillos que han visto tantas recuperaciones como caídas definitivas se mueven limpiadoras, doctores, enfermeras, camilleros y demás personal hospitalario con una eficiencia a prueba de recortes. A menudo los enfermos florecen, les suben chapetas de color al rostro, mientras al personal sanitario se le dibujan las huellas del cansancio según avanza la jornada. Dan ganas de invitar a alguna enfermera a que se eche un rato en una camilla y ofrecerse, como familiar agradecido, a llevarle un vaso de leche y echar la persiana.
Pero, ante todo, dan ganas de gritar, de pedir que no confundan a esa clase dirigente que en un porcentaje elevadísimo ha prevaricado, participado en corruptelas, favorecido a los suyos o esquilmado el país, con esta otra que cada vez con sueldos más bajos se desvela por sacar las vidas de los nuestros a flote. No es demagogia, es la pura verdad. No confundan a estos con aquellos: son del mismo país, pero unos no se merecen a los otros como compatriotas. Mientras la clase política no reacciona y sigue sujeta a su sistema de privilegios, hay quien mantiene, a cambio de muy poco, su vocación, porque vocación tiene que ser hacer el trabajo con tanto amor propio. Hay que negarse a ser estigmatizado por lo que hizo o hace una parte de la población; que el problema de España es su clase dirigente tiene que ser un clamor para que no confundan a unos con los otros. De vez en cuando surge la voz de algún experto que advierte del peligro de demonizar a los políticos, no vaya a ser que acabemos alentando el resurgir de un salvapatrias. ¿Qué hacer entonces, quedarse callados y en casa para que a la alcaldesa Ana Botella no se le descabalgue el presupuesto con las manifestaciones?
Al contrario, creo que hay que nombrar una y otra vez a todos aquellos trabajadores que proporcionan a los demás el bienestar que esta política nos está quitando. Porque son mayoría. Están mal pagados, cumplen sobradamente su horario y despliegan una profesionalidad que emociona; si son jóvenes, no podrán plantearse tener hijos; si son gente madura, mantendrán a sus hijos hasta los treinta o más; si están a punto de jubilarse, saben que su vejez será ajustada. Hay que verlos trabajar para percibir que eso no merma su capacidad de entrega. ¿Por qué hemos elegido a los peores para tomar decisiones fundamentales? Esa es la gran cuestión.
A veces Elvira Lindo, bueno, sus artículos quiero decir, me ha molestado. Cuando frente a la gravedad de lo que pasaba fuera, optaba por la risa y la ironía, que ya sé yo que son necesarias, pero en ocasiones parecen una frivolidad imperdonable.
ResponderEliminarEn otras ocasiones la Lindo me ha encantado. Cuando se ha puesto guerrera, y ha dicho las cosas claras. No había leído este artículo pero me ha encantado: suma a la épicas de los trabajos cotidianos ese punto de crítica necesaria.
Lo suscribo, Loco. Y gracias por traerlo, que me ha gustado mucho leerlo.
Es que así somos los andaluces, Ramón; necesitamos explotar el humor y la ironía para no explotar nosotros; por eso nadie más que un andaluz entienda a otro andaluz.
EliminarEl humor en la España del dictador nos mostraba las realidades que el sacrosanto régimen nos ocultaba; una muestra la tienes en la famosa revista La codorniz y en los últimos años "Hermano lobo. Puedo asegurarte que esos magníficos humoristas ganaron más guerras que batallas de cara al a opinión pública.
Pero todo es cuestión de planteamientos de vida, por supuesto. Yo soy muy seria y sin embargo no desdeño el humor ¡al contrario! fíjate en cómo empezó El follonero (ese que ahora tiene programa propio en la sexta) no dehaba títere con cabeza o el gran wyoming que le canta las verdades al más pintao con su humor socarrón y ácido...
en fin... que me alegro de que te haya llegado éste artículo de la Lindo :)
dehaba no; dejaba lapsus dedus
EliminarNo no los confundimos, pero cada vez se lee con mas frecuencia como los buenos también se están haciendo malos, el otro día Ana de Jaén escribió una entrada de una situación en el hospital de Jaén vivida por ella que daban ganas de llorar de indignación...
ResponderEliminarBesos y salud
Hay de todo, claro. Yo también leí a Ana de Jaén y me pareció lamentable; pero son humanos y debemos tanto comprenderlos como hacerles ver que se han equivocado o ejercido una mala praxis de sus funciones. Yo tengo "varias" experiencias en hospitales y doy fe de la profesionalidad de la inmensa mayoría. Por eso me gustó tanto leer a Elvira Lindo
EliminarAbrazos y salud :)
Respecto a su última pregunta: porque los mejores no se meten en política, obran desde el silencio, desde el anonimato, porque los mejores huyen del poder, porque no les median intereses ni están dispuestos a venderse al mejor postor, porque los mejores en lugar de hablar hacen y no tienen tiempo que perder.
ResponderEliminarAbresos.
Tú eres una mujer sabia :)
EliminarAbresos!!
Estoy de acuerdo con Maia.
ResponderEliminarY yo :)
Eliminarun abrazo
Tiene toda la razón. El mundo gira gracias a los de abajo que tiramos de sus hilos invisibles. Pero eso también lo saben los de arriba, que no los soltaremos por muy mal que nos vayan las cosas y de eso mismo se aprovechan con descaro.
ResponderEliminarBesitos Mariluz, deseo que estés bien
Así es, lopi...
Eliminaryo estoy muy bien, gracias; besos para ti :)
Acabo de leer este artículo en el blog de Amelche, y me parece digno de difusión. Tiene toda la razón Elvira Lindo y desde luego yo también me hago la misma pregunta.
ResponderEliminarBesos y abrazos
Maia nos ha dado una muy buena respuesta ¿no crees?
EliminarAbrazos y besos :)
Me gusta mucho ella :) Siempre. Hoy me ha emocionado. Gracias. Lo subo a face :) Besos
ResponderEliminarDespués de leerte, me ha venido a la mente Vicente Ferrer, y aquello que dijo de que el mundo estaba dividido en dos grupos: A, el poder, y B, todos los demás. "El B piensa que necesita al A, pero es al contrario", dijo. Ya no lo entrevistaron más en TV1.
ResponderEliminarUn abrazo, Mariluz.
Yo puse el último párrafo en mi blog el domingo. :-)
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