Por: Lali Cambra - Blogs ELPAÍS.com
Fue el 16 de junio de 1976. Miles de estudiantes, de
secundaria y de primaria, salieron a las calles de Soweto, (acrónimo para
South Western Township, el mayor gueto de Sudáfrica, en Johanesburgo), para
protestar porque el gobierno del apartheid pretendía hacer su educación
completa en Afrikaans y no en inglés y contra la Bantú Education,
establecida en 1953, basada en las palabras del que sería primer ministro de
la Sudáfrica racista,
Hendrik Verwoerd:
“el bantú (negro) no tiene espacio en nuestro país más allá de determinadas
formas de trabajo. ¿Para qué enseñar a un niño bantú matemáticas cuando no
podrá utilizarlas? Es absurdo”. Si el destino de la población negra era en la
Sudáfrica racista ser burros de carga, no había que enseñarles a ser otra
cosa. En 1976 el gobierno gastaba 46 euros en un estudiante blanco. En uno
negro, cuatro.
Los estudiantes, influenciados entre otros por la política de Black Consciousness de Steve Biko, -que moriría torturado en comisaría el año siguiente-, salieron a las calles con sus uniformes por miles. En los enfrentamientos con la policía ésta disparó a matar. Los primeros en caer, Hector Peterson y Hastings Ndlovu, adolescentes, niños. La rebelión se extendió a otras ciudades y áreas rurales. La fotografía de Peterson, derrumbado y en brazos de un compañero, seguido por su hermana Antoinette, dio la vuelta al mundo. Nada volvería a ser igual.
Cientos, si no miles, de escolares abandonaron el país y se unieron al
Congreso Nacional Africano (ANC) o al Pan African Congress (PAC) en el exilio
revitalizando las organizaciones que languidecían con sus líderes en prisión,
mientras las sanciones internacionales contra el gobierno del Apartheid se
reforzaban. De acuerdo con los historiadores,
la revuelta de Soweto marcó el principio del fin para el gobierno
racista. El 16 de junio, tras la llegada de la democracia en 1994, es fiesta pública
en Sudáfrica. El día de la juventud. 34 años después de la rebelión, la muerte
de Pieterson y de Ndlovu (se calcula que murieron medio millar de personas en
las revueltas de las semanas siguientes en todo el país, en las que los
estudiantes quemaron edificios y vehículos oficiales y tiendas de licores,
abundantes en los guetos) se rememora con mítines y conciertos.
La Bantu Education ya no existe, claro. Pero
la situación de la educación sigue siendo precaria, -pese al
esfuerzo del gobierno en aumentar su presupuesto-, y algunos aseguran que en
crisis, especialmente en primaria y secundaria, con falta de profesores o
apoyo institucional a los mismos y escuelas con infraestructuras deficitarias.
Se calcula que el 60% de los estudiantes abandonan la escuela antes de cumplir
17 años o superar matric (el equivalente a selectividad), lo que
hipoteca sus posibilidades de futuro, de encontrar trabajo en un mercado
laboral cada vez más sofisticado. El nivel de educación de los profesores y el
apoyo que reciben por parte del gobierno es insuficiente. El 55% de ellos
dejaría la profesión si pudiera. De hecho, lo hacen: 30.000 abandonan la
docencia cada año y sólo 7.000 se incorporan, en un momento en que la
población se incrementa, cada vez más joven.
Ayer mismo, en el bar de referencia, al que acudí a ver el Portugal-Costa de Marfil (en el empeño por reconciliarme con vuvuzelas y contagiarme de euforia mundialista), se habló del asunto. Estaba enfrente de la tele y la chimenea, -buena ola de frío tenemos-, y dos chicas negras, jóvenes y una señora blanca más mayor se me unieron, pegadas las cuatro al fuego, un ojo distraído en las evoluciones de Drogba. La señora resultó ser profesora en un instituto público de la ciudad que sirve también a los de la periferia pobre y conocía a las chicas, militantes de Equal Education, embarcadas en una campaña por bibliotecas. “¿Cómo va?”, pregunta una de las chicas a la señora, que responde: “soy profesora de inglés en un instituto cuyos alumnos no saben ni leer, ¿cómo crees que va? Me llegan alumnos con hambre o que no han dormido porque su padre ha vuelto borracho a casa y la ha liado y lo único que recibo por parte del Ministerio son toneladas de papeles por rellenar”.
Las chicas comienzan a hablar sobre su campaña por las bibliotecas, que todas las escuelas deberían tener bibliotecas y una bibliotecaria (el 79% de los colegios no tienen libros o aula de lectura). “¿Es por falta de inversión?”, pregunto y las chicas responden que sí, “falta de inversión y exceso de excusas”. “Nosotros tenemos biblioteca, pero nadie para atenderla, está cerrada con llave y la usan los de contabilidad”, dice la profesora, que sigue, “todo es rígido, me dicen qué y cómo tengo que enseñar, qué papeles rellenar, muchos, no se tiene en cuenta quiénes son mis alumnos y en qué condiciones me llegan, el proceso de urbanización, la pobreza, la ratio de alumnos, más de treinta cuando las privadas tienen quince alumnos por clase.
"Seguimos en un sistema dual ya no entre blancos y negros, sino entre pobres y ricos”. “Pero no hay que tirar la toalla”, dicen las chicas a lo que la docente responde: “claro que no, por eso sigo en mi puesto, porque pienso que puedo llegar a alguno de mis estudiantes, porque puedo contribuir a mejorar ésto”. Y se ponen a hablar de la próxima biblioteca a construir y del dinero alcanzado para poner cristales en las ventanas de una escuela. En la página web de Equal Education se lee que con lo gastado en el estadio del Ciudad del Cabo (casi 400 millones de euros) se podrían haber construido nueve mil bibliotecas.
Imagínense lo que se podría haber hecho con la friolera de cuatro mil millones
de euros que se ha dejado el Estado (mínimo) en la organización del Mundial.
¿Euforia mundialista?. Me temo que ayer mucha no.
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La noticia
en su lugar de origen:
Niños muertos en Soweto y bibliotecas >> Maldita vuvuzela >>
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