viernes, 3 de septiembre de 2010

RCA: Minas de diamantes

El sur de la RCA había sido siempre una zona rica, dentro de un orden. Con fronteras con Camerún y Congo, esa región es rica en oro y diamantes, además de exportar madera a sus países vecinos. Boda, la ciudad más grande de la zona, con 25.000 habitantes y a 200 kilómetros al sur de la capital, Bangui, era una especie de reducto en medio de la pobreza. Era una ciudad próspera que tenía hasta luz eléctrica.
Sin embargo, la crisis de los países ricos cayó como una losa sobre esta ciudad y sobre sus ciudadanos. En los años boyantes, miles de personas habían dejado sus huertos o sus escuelas para trabajar en la mina y les había ido muy bien. Ganaban lo suficiente como para vivir bien, cambiar el tejado de paja de su casa por otro de zinc, comprar una moto y olvidarse de su granja o de sus estudios.
Cuando Estados Unidos y Europa entraron en recesión, el mercado de diamantes se vino abajo de un día para otro. No solo cayeron los precios a más de la mitad, sino que se frenó la demanda. La mayoría de las minas cerró y las que se mantienen abiertas trabajan a medio gas.
En Boda, nadie quiere hablar de las minas. Saben que los diamantes construyeron y desarrollaron la ciudad, y que ahora no dan para comer. Cientos de jóvenes que dejaron de estudiar deambulan ahora por las calles buscando trabajo, mientras familias enteras sufren las consecuencias del fin de la gallina de los huevos de oro.
La gendarmería de las minas es un pequeño edificio de ladrillo y tejado de zinc en una calle céntrica de Boda. Hay que esperar casi una hora a que llegue el comandante, a pesar de tener cita concertada. Estamos en África. Él tiene que autorizar la visita a una de las pocas minas abiertas a las afueras de la ciudad.
De entrada, todo parece muy difícil; imposible. Debíamos de haber solicitado un permiso en Bangui y eso puede tardar tres o cuatro días. “Lo dice la ley y no podemos eludirla”, dice antes de empezar un largo silencio. “¿Algo se podrá hacer?”. Esa pregunta, con la cartera en la mano, endulzada con “me imagino que se podrá solucionar con alguna tasa…”, suele dar resultados en los países en los que la corrupción forma parte de la vida cotidiana.
Por supuesto, algo se pudo hacer. Y en menos de una hora, un funcionario de la gendarmería de las minas llamado Emmanuel, vestido con chándal y un Kaláshnikov al hombro, hacía de guía y guardián al todoterreno que avanzaba hacia las minas de Bena Bele, situadas a 15 kilómetros de Boda.
Las minas son a cielo abierto y tienen un aspecto de enorme charco de agua y barro en donde 200 obreros se mueven como hormigas, moviendo la tierra a paladas de un charco a otro. En lo alto, una especie de tenderete con una esterilla en el suelo, en la que se sientan tres musulmanes que dan órdenes a los vigilantes. Tahir Charif dice ser el dueño de la mina, o el responsable, no queda muy claro. Lo que sí queda claro es que allí es el que toma las decisiones.
“Aquí trabajan unas trescientas personas todas las semanas”, explica Tahir. “Llegan los domingos por la noche, duermen en el campamento y empiezan a trabajar el lunes a las seis de la mañana. Hacen turnos para que haya siempre 200 personas excavando. Están hasta el sábado, en que vuelven a Boda. La semana siguiente viene un grupo diferente, porque esta es de las pocas minas que siguen abiertas”.
El trabajo es duro. Muy duro. El enorme agujero de barro está a unos cincuenta metros del cauce del río, por lo que el agua sale del suelo a cada paletada. De eso se trata. Hay que ir acotando pequeñas parcelas de agua, a unos cinco metros de profundidad, en donde cribar las piedras y buscar los diminutos diamantes.
Samuel no debe tener más de 15 o 16 años, aunque asegura tener 18. Acaba de subir del agujero y va a descansar un poco. Viste solamente un traje de baño moderno y ceñido y entrega la pala al que le sustituirá en el hoyo. “El trabajo es muy duro”, dice, “pero es un trabajo y pagan. Solo puedo venir una semana al mes como mucho y me sacó 1.000 francos de la RCA al día (unos 10 euros a la semana). Con eso ayudo en casa, porque tengo siete hermanos y mi padre ya no encuentra trabajo en las minas”.
“¿Cómo son los diamantes?”.
“No lo sé. Yo nunca he visto ninguno. La mayoría de nosotros solo excavamos la tierra sin parar. Luego llegan otros, los de confianza, que trabajarán en la zona acotada en busca de los diamantes. Nosotros solo excavamos, descansamos un poco y volvemos a la pala. Si paramos, nos echan. Aun así, tenemos que estar contentos porque sacamos unos miles de francos cada vez que nos contratan”.
Tahir sigue dando instrucciones a jefes, jefecillos y vigilantes, que se ocupan de que todo funcione según lo previsto. “Hoy no sacaremos diamantes”, explica. “Estamos acotando tres o cuatro zonas para mañana empezar la criba. Solemos obtener unos 200 diamantes a la semana. Cuanto más grandes sean, más dinero sacaremos. Pero como los precios han bajado un 60% desde 2007, ya no contratamos a tanta gente”.
Además de las minas grandes, antes había pequeñas explotaciones en algunos de los ríos de la zona. La gente buscaba oro y diamantes para venderlos a los grandes propietarios. Pero ya no hay mercado. Y la ciudad de Boda ha ido empobreciéndose poco a poco, hasta ser un pueblo más de los muchos que luchan por sobrevivir en la RCA.
Minas de diamantes
Cuando EE UU y Europa entraron en recesión, el mercado de diamantes se vino abajo.
Minas de diamantes
Las minas son a cielo abierto y tienen un aspecto de enorme charco de agua y barro en donde 200 obreros mueven la tierra a paladas.
Minas de diamantes
El agujero está a unos cincuenta metros del cauce del río y el agua sale del suelo a cada paletada.
Minas de diamantes
"Nosotros solo excavamos, descansamos un poco y volvemos. Si paramos, nos echan", comenta un trabajador de la mina.
Los agujeros negros del planeta en ELPAÍS.com

3 comentarios:

  1. Pero quedan bonitos una vez tallados y engarzados en colgantes.
    Hay más, mucho más; ahora se debería hacer campaña, no con el fumar mata sino con el hablar mata. Hablamos y matamos. Si, si, el mineral famoso...

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  2. El silencio frente a las injusticias, mata mucho más sigilosamente que las palabras... pero no en menor cantidad, amigo José Alfonso.

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  3. Sgroya, bienvenida y muchas gracias por hacerlo.

    beso para ti también :)

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