martes, 10 de marzo de 2009

Regreso a la vida

El profesor universitario que ha estado a punto de perder la vida -tras recibir una paliza- por salvar a una mujer que estaba siendo maltratada por su pareja, en plena calle. El Día Internacional de la Mujer, el diario El Mundo digital, publicó esta entrevista. Él merece todo nuestro reconocimiento; nuestra gratitud; nuestra solidaridad para con su esposa. Un beso.
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Testimonio exclusivo de Jesús Neira

El profesor Neira, junto a su esposa, Isabel Cepeda.  Foto: Chema Conesa

El profesor Neira, junto a su esposa, Isabel Cepeda.
Foto: Chema Conesa - El Mundo - domingo 08/03/2009

Durante mi larga y dolorosa recuperación, he tenido mucho tiempo para plantearme el sentido de mis actos y sus consecuencias. La mente no se para porque uno esté en un hospital, muy al contrario, no deja de plantearse lo que ha pasado y por qué ha sucedido. A través del dolor propio he tenido conocimiento del dolor ajeno, y he tomado conciencia del brutal problema de la violencia de género. En estos meses he sido consciente de situaciones de injusticia que ni siquiera sospechaba que existieran. Cientos y cientos de casos de mujeres maltratadas, casos horribles que me cuentan cada día a través de testimonios directos, cartas o correos electrónicos; realidades que no podemos ni imaginar, indicios de una verdadera epidemia que ataca los cimientos de nuestra sociedad. Si uno es ajeno a ese problema, es difícil hacerse a la idea de su extensión y horror.

'Me llaman héroe, pero no... soy simplemente un ciudadano y un hombre libre'

En este tiempo de reflexión he contestado muchas veces a la misma pregunta. Mi actuación respondió a lo que yo considero coherente con mi carácter y mi educación. Y al respecto, debo decir que si mi comportamiento llama la atención en una sociedad donde no gusta que se maltrate a mujeres es porque muy pocos actúan en su defensa. De hecho, cuando desperté del coma, tardé semanas en darme cuenta del enorme impacto de mi intervención. No me lo podía creer. ¿No es así como deberíamos actuar todos? Me llamaban héroe, pero yo no me considero un héroe, soy simplemente un ciudadano y un hombre libre.

Recuperar mi vida

Me anima enormemente que muchas personas se acerquen a saludarme, a darme ánimos y a expresar su apoyo por lo que hice. Quiero aprovechar la ocasión para agradecer a todos sus gestos y mensajes de solidaridad y cariño recibidos en estos días en que voy viendo cada vez más cerca la salida del hospital; de la misma manera que deseo agradecer a los médicos su atención y esfuerzo y a las autoridades sus reconocimientos. El cariño y la compañía de las personas más queridas, por otra parte, ha sido el que ha hecho posible mi recuperación. En especial el de Isabel, mi mujer, que ha dado una lección a todos.

'Quiero volver a mis clases, sentir la lluvia en la cara, disfrutar con mis hijos...'

Cuando alguien se interesa por mí y me pregunta cuáles son mis planes para un futuro próximo, siempre respondo lo mismo. Cuando salga de aquí me apetece recuperar mi vida, simplemente eso: tomarme un plato de sopa, charlar sobre las cuestiones de la política o poder ponerme un traje y marcharme a trabajar. Esta respuesta puede llamar la atención, pero tiene todo el sentido cuando uno deja de poder realizar sus actos más elementales. Cuando estamos sanos, no nos damos cuenta de lo que significa la plenitud de vivir, la suerte de vivir. Poder realizar actos tan normales como coger una manzana o levantarte para ir al servicio, son la base de lo que importa en la vida, sin eso, lo demás son ilusiones. A causa de mi grave enfermedad, he aprendido la paciencia y el valor de la salud. He tenido que esperar para todo y para cada cosa, he padecido lo indecible y ahora sólo deseo salir. Salir y recuperar mi vida, mi intimidad, mi familia, volver a dar mis clases, sentir la lluvia en la cara, verme con mis amigos, disfrutar con mis hijos. No hay nada raro o extraordinario que desee hacer, y eso es precisamente el gran secreto de estar sano. Cuando estamos bien no nos damos cuenta de lo que tenemos.

'A pesar de todo lo padecido, soy incluso un poco más yo mismo. Sí, volvería a hacerlo'

Cada vez que me preguntan -y ya son muchas veces- si lo volvería a hacer, respondo con más rotundidad: no he cambiado, y asumo las consecuencias de mis actos, para bien y para mal. Por tanto, no podría hacer otra cosa. A pesar de todo lo padecido, haría lo mismo. Uno debe saber quién es y a qué está dispuesto en esta vida. Si hay algo que no debemos tolerar es la injusticia. Uno debe actuar conforme a su carácter y a sus principios, consecuentemente. La violencia contra el débil es totalmente intolerable. Si la consentimos, estamos dejando de ser humanos. Así de simple. La respuesta que yo tuve está en nuestra naturaleza, o al menos en la mía, pues la mezquindad me repugna. Lo mezquino es una forma baja de mirar la vida y de tratar a la gente. Una forma injusta, sin honestidad, sin decencia y sin honor. Cuando digo honor, me refiero a la capacidad que tenemos de reconocernos tal y como somos. Lo que queremos ser y somos, respecto a una pauta y un patrón.

Por qué mi reacción

Todo lo vivido y reflexionado en estos meses queda recogido en el libro que Javier Esteban ha escrito con mi testimonio y el de Isabel, mi mujer, bajo el título de Diario de Jesús Neira. Reconozco que aún no he leído ese libro, pues sé que hay partes del mismo donde se relata con crudeza mi enfermedad y mi lucha por la vida, y entiendo que debo recuperarme totalmente antes de poder rememorarlas. En las conversaciones que he mantenido con Javier Esteban he tratado de explicar el porqué de mi reacción y sus consecuencias en el imaginario social, pero también mi asombro por lo que ha significado mi intervención en aquella agresión. Después de todo lo que he pasado, sigo siendo el mismo que aquel 2 de agosto intervino en aquel atropello. [Su agresor fue Antonio Puerta, 44 años, que le golpeó salvajemente. Sigue en la cárcel de Soto del Real a la espera de juicio. Sus abogados han pedido su liberación. Este mes la Audiencia decidirá si queda en libertad condicional. Se enfrenta a una pena de 15 años. Acaban de ser difundidas unas imágenes en televisión que demuestran su peligrosidad. En una conversación en prisión dice: "Si quiero matar a un pavo, le meto dos disparos con una recortada, y además no se iba a enterar"].

Soy, incluso, un poco más yo mismo, si se me permite, ya que en este contexto de recuperación y esperanza, pero también de toma de conciencia, he podido realizar algunas reflexiones sobre un tema que quizá sea el mayor problema de convivencia que padece nuestra sociedad. Respecto al problema a causa del cual he padecido tanto, la violencia de género, deseo compartir algunas reflexiones propias que pueden ser útiles para nuestra sociedad a la hora de abordarlo.

Cualquiera que haya observado, aún a grandes rasgos, la evolución de la violencia contra las mujeres, es consciente de que las cifras aumentan sin parar. Sin embargo, ante esta situación tan dramática que se recrea a diario, hay todo un mundo silente. Los hombres no saben qué decir y el Estado no sabe qué hacer. Pareciera un carrusel donde unos y otros han perdido su razón de ser, su lógica, su sentido. El Estado, o garantiza la seguridad, la paz social, o no es nada. Para atajar esa violencia terrible se llevan a cabo programas y campañas, pero el problema persiste.

No al muro callado

La sociedad se halla, igual que el Estado, en una situación anómala, artificiosa y negativa. La sociedad está permitiendo la agresión brutal contra las mujeres de forma creciente, si bien es cierto que también hay cada vez más sectores sociales que son sensibles a esa atroz realidad. La sociedad no puede ser un muro callado que contempla impasible la brutalidad humana en la más absoluta frialdad. Fundamentalmente, en aquellas sociedades en las que los hombres tienen iguales derechos que las mujeres, el silencio de los hombres es un daño especialmente significativo y especialmente doloroso. La violencia contra una mujer es algo que no debe dolerle sólo a ella, sino que nos duele a los demás. Y es un dolor agudo, y es un dolor inesquivable, porque es un daño frontal a nuestro honor y a nuestra más íntima dignidad.

Para los que ejercen esa violencia no existe ley, ni orden social, ni autoridad alguna reconocida. Están al margen del campo de la ética, que es nuestro patrimonio, cultivado durante siglos, desde la antigüedad griega. Y en toda época ha existido una razón para el perfeccionamiento de la ética, y una oposición frontal al mundo de la mezquindad y la bajeza. Pero parece ser que en nuestra sociedad el honor ha quedado reducido a actos contrarios al mismo, cuando es el sustrato que puede impedir los actos criminales en determinado momento.

Por supuesto, ante el hecho criminal sólo cabe la actuación última del Estado, y ésta se constriñe en una única expresión: Justicia. Pero es la quiebra de una sociedad, y la quiebra del propio Estado, porque habla cuando debía haber hablado antes, y la sociedad llora, cuando debió gritar antes.

'La iniquidad se empieza a disolver cuando se quita la máscara al maltratador'

El que presencia un acto de violencia contra una mujer, lleva esa imagen fijada en la retina. Y lo que se puede decir con toda simpleza, pero con toda verdad, es que es un acto miserable y cobarde. De gentes que actúan a traición, de espaldas. Este es su valor y su mensaje, un mensaje de iniquidad que la sociedad no puede aceptar. Los hombres tendrían que salvaguardar su buen nombre, su buena reputación, su honor, en el rechazo más absoluto a todo tipo de violencia contra las mujeres.

Esa iniquidad se empieza a disolver cuando la sociedad decide quitar la máscara al maltratador, dejarlo tal cual es, sin bravura, sin coraje, sin dignidad. Es decir, dejarlo reducido a sus actos viles. Con todo esto, no estamos apuntando que la sociedad sea culpable. Lejos de ello, lo que estamos diciendo es que, precisamente, por el hecho de ser partes de la sociedad quienes sufren la violencia de estos sujetos inhumanos, es la sociedad la que debe preservarse para mantener su interés y, por lo tanto, debe defenderlos al igual que el Estado tiene la obligación de procurar los medios adecuados para la garantía de tal fin, que es la seguridad y la libertad, obligación primera que hace legítimo al Estado mismo.

En ningún caso las personas, individualmente, somos ajenas a este problema, sino todo lo contrario. Casi siempre hay un hombre cerca de una mujer agredida. En cualquier persona consciente, ésa es una oportunidad para ayudar a los más débiles y para impedir una tropelía.

De lo que se trata es de no ser indiferentes ante el sufrimiento ajeno, de no ser insensibles ante el horror que padecen los débiles. Sin proteger a la mujer, destruimos los pilares de la sociedad y de la persona. El silencio de los hombres ante la violencia de género es el más claro síntoma de nuestra decadencia.


Jesús Neira es profesor de Teoría del Estado en la Universidad Camilo José Cela de Madrid

4 comentarios:

  1. ¡Qué ejemplo! gracias a Dios aún queda gente que se involucra. En Argentina, mi país, estamos viviendo asesinatos constantes, la ola de delincuencia es al parecer imparable, pero algunos casos han salvado sus vidas gracias a un vecino o transeúnte que en vez de escapar o mirar a otro lado, sin pensarlo o sí, vaya uno a saber, acudió ante el pedido de auxilio.
    Un ejemplo ese profesor, pero si los abogados han pedido la excarcelación del desgraciado, esa nota no saldrá, pero el tipo quedará libre. esto se está viendo en todos lados y así vamos.

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  2. Efectivamente, así vamos... :-L y lo más triste es que lo copiamos de otros países (léase EEUU) sin aprender de sus consecuencias.Todo nos llega tarde y mal...
    Muy triste

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  3. he seguido el caso del profesor en los medios de España, es el ejemplo de la solidaridad social, es terrible lo que pasa en el mundo con los niños y las mujeres....un abrazo mariluz

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  4. Sí abuela, vamos pa'trás como los cangrejos... cuanto más avanzan las tecnologías y la mujer con ella más "deshumanizado" está el mundo. La violencia de género es un mal imposible de erradicar sin la ayuda de nosotras -las mujeres-
    debemos empezar en casa rompiendo los moldes machistas ¿no crees?
    un beso grande

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